Metalurgia y electricidad.

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La transformación del metal y la electricidad son dos industrias que han corrido paralelas en los últimos 200 años, transformando para siempre nuestras vidas. No podemos entender el mundo actual sin esta relación. Vamos a ver cómo se dio a nivel mundial y, en concreto, en nuestro país.

Los ingenieros de Pasero, una empresa metalúrgica de Coslada (Madrid) con casi 100 años de antigüedad, que fabrican e instalan estructuras metálicas para la industria y la obra civil, cuentan, como en los años 50, sus antiguos talleres de cerrajería se especializaron en fabricar herrajes destinados a la industria eléctrica. Desde entonces no han parado de producir estructuras para subestaciones eléctricas, centros de transformación, torres de alta tensión, etc. Este comentario es lo que me llevó a investigar la relación entre la metalurgia y la electricidad.

La primera revolución industrial, producida entre 1760 y 1840, gira en torno a la máquina de vapor. Un artilugio mecánico accionado con la combustión del carbón. Este fenómeno económico da lugar a un florecimiento de la ciencia y la tecnología como no se había visto antes. Con ello, se empieza a investigar la electricidad, un fenómeno natural que se conocía desde la antigüedad y que hasta entonces solo representaba un tema curioso.

Esto propicia que se hagan investigaciones en el campo de la física teórica por parte de Ohm, Ampere, Faraday, y posteriormente Volta, Galvani, Culomb, Franklin. La primera aplicación práctica de la electricidad se hace con el telégrafo de Morse en 1833. Para el cual se necesitaban cables de cobre que comuniquen los aparatos emisores y receptores.

A medida que se desarrollaba la industria moderna y se extendía por medio mundo, la burguesía requería de nuevas fuentes de energía más económicas y más constantes para desarrollar la producción.

El primer motor eléctrico lo desarrolla el empresario escocés Robert Anderson entre 1932 y 1939. Para que funcionara no necesitaba quemar carbón. Le bastaba con aplicar los pequeños generadores que Giuseppe Volta había inventado 50 años antes. Aquel motor rudimentario funcionaba continuamente sin necesidad de retroalimentarlo.

Comienza entonces la época de los inventos. Ligada estrechamente a la electricidad. La bombilla de Thomas Alba Edison, el descubrimiento de la corriente alterna de Nikola Tesla, el teléfono de Graham Bell. Para producir y transformar esa electricidad se necesitan cables de metal y estructuras de hierro.

La electricidad se empieza a utilizar durante la llamada segunda revolución industrial, a finales del siglo XIX y principios del XX. Primero para alumbrar las ciudades en las que se estaba desarrollando la actividad económica y después para alimentar las máquinas.

La llegada de la electricidad a España.

En 1852, el farmacéutico catalán Doménech es capaz de iluminar su botica de Barcelona con electricidad. A finales de ese año, se hacen las primeras pruebas de iluminación pública en Madrid, en concreto en la Plaza de la Armería y en el Congreso de los Diputados.

Dice la web de la Fundación Endesa que el comienzo de la producción de electricidad a gran escala en España se inicia en 1875, con la construcción de la primera central eléctrica en Barcelona, la cual abastecía a varios talleres y fábricas, entre las que destacaba la Maquinista Terrestre y Marítima, una empresa con fábricas en la Barceloneta y en Sant Andreu que se dedicaban a fabricar motores, barcos y estructuras metálicas, como el techo de la Estación de Francia. Esta empresa metalúrgica es el primer consumidor de España en firmar un contrato de suministro eléctrico.

El uso de la electricidad para el alumbrado público se inicia en 1881, cuando entra en funcionamiento la primera central eléctrica de Madrid.

En 1885 se aprueba el primer decreto ley que ordena las instalaciones eléctricas en España, y tres años más tarde se aprueba una ordenanza que obliga a usar alumbrado eléctrico en los teatros de Madrid y Barcelona, sustituyendo a los tradicionales candiles de gas, para evitar el riesgo de incendios.

Hasta principios del siglo XX, las centrales eléctricas están localizadas cerca de los lugares de suministro, a una distancia media de 3 kilómetros. Con la aplicación de la tecnología de la corriente alterna se comienza a transportar la electricidad a distancias más largas. Para ello se utilizan alternadores y subestaciones construidas por talleres metalúrgicos. En 1909, España ya dispone de la línea eléctrica más larga de Europa, con 261 kilómetros de longitud, entre la estación del Molinar, en el Río Júcar, y Madrid.

En 1901, España genera una potencia total de casi 128.000 Caballos de Vapor. Cuenta por entonces con 861 centrales eléctricas, 648 de propiedad pública y 213 de uso particular.

Durante la dictadura de Primo de Rivera, en los años 20, con la creación de monopolios estatales como la Compañía Telefónica Nacional de España, España multiplica su potencia eléctrica contratada por 12, hasta llegar a los 1500 MW. El 81% de la electricidad producida es de origen hidroeléctrico. A pesar de ello, el país aún está sin electrificar. El suministro eléctrico solo llega a las ciudades importantes y a los núcleos industriales.

La electrificación del país.

Después de la guerra civil, el parque eléctrico español es deficitario. Las centrales eléctricas son incapaces de atender las necesidades energéticas del país. Con Europa inmersa en la II Guerra Mundial y el posterior bloqueo a Franco. El gobierno se lanza a la desesperada a impulsar un plan de autoabastecimiento energético.

En 1944 se funda U.N.E.S.A., Unión Eléctrica Española S.A., con la intención de conectar los diferentes productores eléctricos que había en el país, como Unión Eléctrica Madrileña, que operaba en Madrid, F.E.C.S.A. que lo hacía en Cataluña o Iberduero que lo hacía en Bilbao.

El gobierno pretende convertir la producción de electricidad en un motor de desarrollo económico para el país. Con ese objetivo construye más de 1.000 presas hidroeléctricas y 615 embalses en 30 años. Para todo ello, reconvierte una parte de la industria metalúrgica en soporte para llevar adelante la expansión eléctrica.

De 1960 a 1970 se triplica la producción eléctrica. Alcanzándose los 56.500 GWh y una potencia contratada de 17.925 MW. A medida que avanza la década, la producción hidroeléctrica tiene un menor peso. Puesto que pasan a ocupar las centrales térmicas que operan con la quema de gas natural importado.

El camino hacia las renovables.

A principios del siglo XXI, España es dependiente energéticamente. Para producir la electricidad que necesita el país tiene que comprar hidrocarburos del exterior o importar directamente la electricidad de Francia.

El 25 de septiembre del 2015, la ONU aprueba un plan ambicioso con la intención de reducir drásticamente las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera. La conocida como Agenda 2030, que nuestro país suscribe. Este plan supone un espaldarazo decisivo al desarrollo de las energías renovables, en perjuicio del empleo de combustibles fósiles.

La guerra de Ucrania pone en evidencia la dependencia energética de Europa. La negativa de Rusia a vender gas a Europa como consecuencia de su apoyo a Ucrania y de los embargos económicos que la Unión Europea le está poniendo, coloca el precio de los hidrocarburos en máximos históricos. Esto conduce a un encarecimiento desproporcionado del precio de la electricidad y a un endeudamiento exterior de los países europeos.

La preocupante situación energética que vive Europa acelera más el desarrollo de las energías renovables que los propios acuerdos suscritos en la ONU. En Europa se subvenciona que los particulares coloquen paneles solares en sus casas. Práctica que se desarrolla especialmente en Alemania.

En nuestro país, en concreto, se han abierto casi más parques solares y eólicos en 3 años de los que se instalaron en la década anterior. Para este despliegue, el trabajo de empresas metalúrgicas fabricando las estructuras de las instalaciones es decisivo.

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