No se puede negar que una sauna tiene algo de mágico. Durante años, miraba con cierta envidia las fotos de casas en Pinterest con sus saunas de madera en jardines llenos de encanto. Parecía algo limitado para famosos, o para gente con un nivel de vida muy alejado del mío.
Sin embargo, un día me dije: “¿Y por qué no puedo ser yo, una de esas personas que disfrutan de una sauna en su hogar?”.
Y así fue así comenzó esta aventura que, aunque suene un poco superficial, ha transformado mi forma de cuidarme y hasta la forma en que me veo en el espejo, hasta el punto de confirmar que sí: hoy día me siento mucho más guapa gracias a esa decisión.
¿Quieres saber cómo logré tener una sauna en casa, y cómo cambió mi vida? Quédate a descubrirlo conmigo.
¡Quizá te inspire a tener la tuya propia!
Cómo empezó todo.
La idea surgió una tarde de verano de esas que suben a 38 grados a la sombra; estaba agotada del calor, y quizá por eso mi mente divagaba hacia las cosas que podría hacer para convertir mi casa en un refugio de bienestar. Sin embargo, no lograba aclararme: tenía las expectativas totalmente cegadas por la superficialidad de las redes sociales, y me sentía tremendamente lejos de aquel refugio ficticio de bienestar.
¡Necesitaba encontrarme bien! Sentir, que mi cuerpo estaba sano y en casa, pero me costaba mucho imaginarme viviendo una vida tan “perfecta” como la que vemos en las redes.
En ese punto, me dije a mí misma: “¿Y por qué tiene que ser así? ¡Seguro que es falso! Seguro que viven la vida como pueden, con imperfecciones, a pesar de que nos hagan creer lo contrario a través de una pantalla.” Y al aceptar una realidad que nos pesa a todos, volaron todas mis duras expectativas y conseguí vislumbrar lo que quería de verdad: un pequeño rincón para mí que me hiciera sentir bienestar en cualquier época del año ¡Fuera como fuese! Me daba igual si era más bonito o más normal, más caro o más barato… Sería para mí, y no para presumirlo con el mundo.
Entonces, recordé una escapada que hice hace años a un spa en el norte de España. Pasé horas en la sauna, dejando que el calor me envolviera, sintiendo cómo cada poro de mi piel se limpiaba y mi mente se vaciaba. “Sería increíble tener eso en casa”, pensé. Y ese pensamiento no me abandonó.
Así que comencé a buscar: me esforcé por tener una cosa que fuera el primer paso hacia mi vida más sana, en lugar de intentar crear una experiencia completa en casa, que me parecía totalmente imposible.
Me centré totalmente en las saunas, y entonces surgieron algunas preguntas:
¿Era posible tener una sauna sólo para mí? Y además ¿Podría instalarse en mi pequeño jardín, en el exterior? ¡Y descubrí que, así era! Además, los expertos de Saunas Luxe se encargaron de explicarme que había más de una opción; incluso existía la posibilidad de tener una sauna personalizada.
Tras semanas pensándolo, me decanté por una sauna exterior de estilo tradicional finlandés, hecha de madera de alta calidad y con espacio suficiente para dos personas. Y ya os digo que no fue una decisión impulsiva; tuve que ajustar mi presupuesto, buscar el lugar adecuado en el jardín y, sobre todo, mentalizarme de que este era un capricho pensado para mi bienestar, algo que valía la pena.
El montaje: un rincón de serenidad.
Cuando la sauna llegó a casa, fue emocionante. El montaje fue más rápido de lo que pensaba, aunque tuve que contar con ayuda profesional para instalarla correctamente. Decidí colocarla cerca de un rincón de mi pequeño jardín donde había plantado lavandas, lo que añadió un toque extra de serenidad al ambiente.
La idea era crear un pequeño santuario personal, y puedo decir que lo logré con creces.
La primera vez que usé la sauna fue una mezcla de emociones. Entré con algo de miedo, pensando si realmente iba a disfrutarlo tanto como en un spa profesional. Al principio, el calor me pareció intenso, casi abrumador, pero conforme pasaban los minutos, mi cuerpo comenzó a relajarse. Cerré los ojos y me dejé llevar. Fue una experiencia única.
Al salir, me sentí ligera, como si hubiese dejado atrás todas las tensiones del día.
Ya no era sólo un sueño logrado: mejoró todo mi ser.
Con el tiempo, la sauna se convirtió en parte de mi rutina semanal. Lo que fue un pequeño paso para salir de la decepción de las altas expectativas, me transformó desde dentro hacia fuera como nunca imaginé.
Al principio, la usaba solo los fines de semana como un capricho para desconectar, pero poco a poco fui incorporándola dos o tres veces por semana. Después de cada sesión, notaba cambios pequeños pero importantes en mi piel (sobre todo después de hacer deporte). Se veía más luminosa, como si hubiera recuperado un brillo natural que había perdido entre el estrés y el cansancio diario.
Uno de los aspectos que más me sorprendió fue el impacto que tuvo en mi autoestima. Puede sonar superficial, pero no hay nada de malo en reconocer que vernos bien nos hace sentir mejor. Mi piel, además de verse más radiante, también estaba más suave y uniforme; incluso noté que las pequeñas imperfecciones, como granitos o puntos negros, desaparecían más rápido de lo habitual.
Sin duda, el proceso de sudar en la sauna era como un método de desintoxicación profundo para mi rostro y cuerpo.
No tardé en investigar más sobre los beneficios de las saunas para la piel y el bienestar en general. Descubrí que el calor estimula la circulación sanguínea, lo que favorece la regeneración celular. Además, al sudar, se eliminan toxinas acumuladas, algo que explica por qué mi piel lucía tan renovada. Pero los beneficios no terminaban ahí.
Empecé a dormir mejor, a sentirme más relajada y a gestionar el estrés de manera diferente: la sauna no solo mejoró mi apariencia, sino también mi bienestar mental.
Otro cambio que noté fue en mi relación con mi cuerpo. Usar la sauna se convirtió en un ritual de autocuidado, un momento sólo para mí. Ese tiempo en el que me desconecto del móvil, de las responsabilidades y del ruido del día a día, me ha enseñado a apreciar más mi cuerpo; ya no se trata de criticar mis imperfecciones frente al espejo, sino de reconocer todo lo que hago para cuidarme.
Mantenimiento y pequeños problemas.
Por supuesto, tener una sauna en casa también tiene sus obstáculos.
El mantenimiento requiere cierto compromiso. Hay que asegurarse de limpiar la madera de forma regular, ventilarla bien después de cada uso y revisar que el sistema de calefacción esté en buen estado. Pero todo esto forma parte del proceso, y honestamente, no lo veo como una carga, sino como un recordatorio de que este espacio merece atención porque me devuelve mucho más de lo que doy.
Las ventajas que destaco más allá del bienestar.
A lo largo de los meses, también me he divertido explorando diferentes formas de disfrutar la sauna. Por ejemplo, descubrí aceites esenciales que potencian la experiencia. Uno de mis favoritos es el eucalipto, que además de ser refrescante, sino también ayuda a despejar las vías respiratorias. También he probado rituales como exfoliarme con sal marina antes de entrar o aplicar mascarillas hidratantes después de una sesión.
Otra ventaja inesperada fue que la sauna se convirtió en un lugar de conexión. Aunque la compré pensando en mi bienestar personal, pronto descubrí que también era un espacio perfecto para compartir: mi pareja y yo hemos tenido largas charlas mientras disfrutamos del calor, y hasta he invitado a amigas para que la prueben.
¡Siempre se sorprenden al descubrir que algo así de especial puede estar en el jardín de casa!
No puedo evitar pensar en cómo algo tan simple como una sauna ha cambiado tantas cosas en mi vida. Además de sentirme mucho más guapa, también estoy más segura, relajada y conectada conmigo misma. Comprarla ha sido como un recordatorio de que el autocuidado no es un lujo, sino una necesidad, y en un mundo que nos exige tanto, encontrar tiempo para cuidarnos y mimarnos es un acto de rebeldía que vale la pena.
Conclusiones finales de mi decisión.
Conforme pasan los meses, la sauna ha ido adaptándose a mis necesidades.
En verano, disfruto de sesiones más cortas para no sentirme abrumada por el calor, mientras que en invierno se convierte en mi refugio favorito para escapar del frío; incluso he comenzado a experimentar con cambios en mi rutina de belleza, añadiendo pasos específicos antes y después de cada sesión.
Por ejemplo, ahora uso un cepillo de cerdas naturales antes de entrar para activar la circulación, y después aplico una crema hidratante enriquecida para maximizar los efectos del calor.
Ahora, cada vez que miro por la ventana y veo mi sauna, me siento muy agradecida, ¡y no solo por haber hecho esa inversión! Sino por haberme permitido disfrutar de algo que antes consideraba inalcanzable. No sé si es la sauna, el calor o simplemente el hecho de haber tomado la decisión de cuidarme más, pero me siento mejor que nunca.
Y eso, al final del día, es lo que realmente importa.